domingo, 25 de noviembre de 2012

Estado Moderno

Nómadas. Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas



| 22 (2009.2)

Publicación Electrónica de la Universidad Complutense | ISSN 1578-6730



EL NACIMIENTO DEL ESTADO MODERNO Y LOS ORÍGENES DE LA ECONOMÍA POLÍTICA


Pablo Míguez



Universidad de Buenos Aires, Argentina


Resumen.-


Este artículo propone analizar el origen de la economía política como un fenómeno

paralelo y condicionado por la consolidación de los Estados Nacionales. A pesar de la aparente

dicotomía entre las esferas económicas y políticas que nos proponen actualmente la economía

por un lado y la ciencia política por el otro, en el origen de ambas disciplinas sus intereses

eran comunes. Este trabajo se propone dos objetivos: por un lado, analizar las teorizaciones

sobre los orígenes de los Estados Modernos y por el otro, encontrar sus vínculos con el

nacimiento de la Economía Política en el período de la transición del feudalismo al capitalismo

en Europa Occidental, rastreando en los aspectos fundamentales de los textos canónicos de

ambas disciplinas.


Palabras clave


.- Estado, economía clásica, filosofía política, riqueza, transición al capitalismo

Abstract.-


This article analyzes the origin of Political Economy both as a parallel phenomenon

and conditioned by the consolidation of national states. Economy, on the one hand, and Political

Science, on the other, currently propose an apparent dichotomy between economic and political

spheres. In spite of that, both disciplines had common interests in their origins. This work sets

out two objectives: on the one hand, to analyze the theoretical proposals on the origins of

Modern States; on the other hand, to identify the connections between these origins and the

rise of Political Economy in the period of transition from feudalism to Capitalism in Western

Europe. This is done by raking in the fundamental aspects of the canonical texts of both

disciplines.


Key words


.- State, classical economy, political philosophy, wealth, transition to capitalism

Introducción


El surgimiento de la Economía Política como disciplina coincide y es

prefigurada por la consolidación de los estados nacionales. Este trabajo se

propone dos objetivos: por un lado, analizar las teorizaciones sobre los

orígenes de los Estados Modernos y por el otro, encontrar los vínculos con el

nacimiento de la Economía Política en el período de la transición del

feudalismo al capitalismo de la Europa Occidental, rastreando en los aspectos

fundamentales de los textos canónicos de ambas disciplinas

Este recorrido es importante porque si bien los estados nacionales, entre los

siglos XVI y XVII, fundaban su actividad económica y política en los principios

mercantilistas - que asociaban la riqueza con la posesión de metales y por

tanto, con la actividad colonial y el comercio monopólico- ,al establecer las

bases de la Economía Política, Adam Smith va a dar forma literaria a un

proyecto de sociedad, o más bien a una forma de socialización que aún no

tenía nada de natural y que no era la consecuencia obligada del desarrollo del

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capitalismo. Una sociedad de mercados libres no era la consecuencia evidente

de la consagración del trabajo humano como fuente del valor, como el

fundamento último de la riqueza. Para la antropología económica,

especialmente para Karl Polanyi, las sociedades tradicionales o precapitalistas

desconocían la distinción entre “lo político” y “lo económico”.Para que tal

distinción fuera posible, esto, es, pudiera haber nacido, fue necesario primero

que la economía pudiera ser vista como un sistema separado de lo social, con

leyes propias.

Como decía Polanyi, Adam Smith esbozó un proyecto social que en ese

momento no tenía nada de real. La creación de un mercado de tierra, de dinero

y de mano de obra no fue un resultado del despliegue espontáneo del capital

sino algo instrumentado desde el Estado, como institución omnipresente. La

Riqueza de las Naciones

no negaba el papel del Estado pero estableció las

bases para que en el siglo XIX se hable con Hegel y Ricardo de una sociedad

no sujeta a las leyes del Estado y que, mas bien, somete a éste a sus propias

leyes. En este trabajo pretendemos abordar la forma en que se constituye la

Economía Política como una ciencia que debe enunciar las leyes naturales de

este orden económico autorregulador.

El surgimiento de los Estados Nacionales


La conformación de los Estados Nacionales tuvo su origen durante la transición

del feudalismo al capitalismo. No puede ser explicada sino dando cuenta de la

multiplicidad de factores que intervinieron y que se retroalimentaron en un

proceso que llevó varios siglos. Los cambios políticos, económicos, sociales y

culturales por sí mismos no pueden dar cuenta completamente del proceso de

consolidación de los estados nacionales, que comenzaron constituyéndose en

la Europa occidental entre los siglos XVI a XVIII. No obstante, las

transformaciones en el plano del poder fueron fundamentales: el pasaje del

poder político feudal disperso y relativamente limitado por la Iglesia y los

señores feudales locales a un poder centralizado en la figura del monarca. La

concentración del poder de los reyes por encima de la Iglesia, así como la

pérdida de poder de los señores feudales locales a raíz de la desaparición

gradual de la servidumbre, permitió el surgimiento en el siglo XVII de los

denominados Estados absolutistas. La coerción pasó del ámbito del señorío

feudal al plano “nacional”, creándose un aparato reforzado de poder para

controlar y reprimir a las masas campesinas. La nobleza mantenía su dominio

mientras “toleraba” o se adaptaba al surgimiento de un nuevo antagonista, las

burguesías comerciales de las ciudades medievales. Como bien señala Perry

Anderson, retomando el debate entre Maurice Dobb y Paul Sweezy, en el

feudalismo el desarrollo de las ciudades fue una característica tan central

como la disolución del señorío, descartando que se trate de un factor externo a

la descomposición de la economía agraria.

Repasemos brevemente esta discusión historiográfica, no sólo a los efectos de

establecer la pertinencia de una u otra postura sino porque en el camino

podremos dar cuenta de la relevancia del accionar del Estado en este período,

algo que ambos autores destacan. La publicación en 1946 del libro de Maurice

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Dobb,
Estudios sobre el desarrollo del capitalismo coloca en la segunda mitad

del siglo XVI en Inglaterra la fase inicial del desarrollo capitalista, a partir del

nacimiento del sistema de trabajo domiciliario de los artesanos a pedido de los

capitalistas, o
putting-out system. Desde allí en adelante Dobb analiza las

grandes transformaciones políticas derivadas de la Revolución Inglesa del

siglo XVII y de la Revolución Industrial como dos momentos claves en la

evolución del capitalismo. Este análisis difería del realizado por reconocidos

historiadores como Henry Pirenne, quien colocaba los orígenes del capitalismo

en siglo XII en los Países Bajos (Dobb, 1971: 33).

Dobb subrayaba la dimensión “nacional” de la acción del Estado como un rasgo

de fundamental importancia para el análisis histórico del capitalismo:

“Precisamente, este cambio de poder político y, por lo tanto, de la dirección en

que su influenciase ejercita, en un nivel
nacional, es lo que confiere a

momentos como la revolución inglesa del siglo XVII, la de 1789 en Francia o la

de 1917 en Rusia, su especial significado”. Seguidamente, en relación a la

naturaleza de la intervención del Estado Dobb señala lo siguiente: “Las razones

que, en cualquier época, predisponen al Estado a intervenir en la producción,

pueden ser varias y complejas, como también las formas y objetos posibles de

esta intervención. Una situación que lleve a un tipo de intervención puede no

llevar a otro. Pero cuando, en el pasado, sobrevino la intervención del Estado

como política deliberada y permanente, adaptada a las circunstancias normales

de tiempos de paz, al parecer los dos principales objetivos que la provocaron

fueron: imponer un monopolio a favor de un grupo de capitalistas o reforzar las

ataduras de disciplina del trabajo, y cabe esperar que, en una sociedad

capitalista, los esfuerzos del Estado por controlar salarios y restringir la libertad

de movimientos del obrero serán mayores si está agotada la reserva de trabajo

que cuando ella es abundante.” (Dobb, 1971: 39). Estas ideas guardan

estrecha relación con el proceso de creación del proletariado, que

analizaremos cuando abordemos la obra de Polanyi.

Entre las principales tesis de Dobb se encuentra aquella que sostiene que la

desintegración del modo de producción feudal estaba muy avanzada
antes de

que se desarrollara el modo de producción capitalista, período en el cual la

burguesía se había convertido en “copartícipe” antes que en antagonista de la

nobleza ( se trataría de un período de mas de doscientos años comprendidos

entre los reinados de Enrique III e Isabel.), lo que descarta de plano los análisis

simplificadores sobre el pasaje hacia un capitalismo comercial, y

posteriormente, de éste a uno industrial (Dobb, 1971: 35). Cuando se ocupa del

proceso de acumulación originaria de capital como el período previo al

desarrollo del capitalismo en gran escala, Dobb realiza importantes

consideraciones. A la mencionada acumulación originaria habría que

entenderla como una acumulación de derechos de propiedad sobre los

patrimonios más que como una acumulación de medios de producción. Se

trataba de la gradual concentración de la propiedad a partir de facilidad con que

la burguesía conseguía apropiarse de las tierras envueltas en deudas e

hipotecas de los terratenientes. Pero para que estos objetos originarios de

acumulación se convirtieran en maquinaria algodonera, edificios fabriles,

fundiciones de hierro, materias primas y fuerza de trabajo era necesario un

incentivo positivo para invertir en la industria: “Para ello, los requisitos

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esénciales eran: abundantes reserva de mano de obra y fácil acceso a las

materias primas, sí como facilidades para la producción de herramientas y

maquinas.” (Dobb, 1971: 221). Y ello se consiguió gracias al endeudamiento

del Estado (empréstitos, órdenes de armamentos, etc.), que permitió el

enriquecimiento de la burguesía y
paralelamente, subraya el autor, la

desposesión de los pequeños propietarios, “de un número de personas varias

veces mayor del que se enriquecía”, lo que generó el surgimiento de una clase

dispuesta a trabajar a cambio de un salario.

Para este historiador fue la excepcional rentabilidad del comercio monopólico

colonial- o lo que es lo mismo, el éxito de las aventuras comerciales

ultramarinas- lo que habría hecho distraer a la alta burguesía de la inversión en

la industria hasta el final de la dinastía Tudor. La mediana burguesía habría

encabezado la inversión en el mercado interno, planteado en principio como

lucha contra los monopolios y reglamentos que beneficiaban a la gran

burguesía, argumento central de la obra de Smith y del posterior liberalismo de

cuño manchesteriano. Sin embargo, el tamaño de este mercado interno no tuvo

gran relevancia hasta mediados del siglo XVIII, cuando la expansión del

mercado de exportaciones, sobre todo de la industria textil, se convirtió en el

principal aliciente para la acumulación. Las manufacturas abastecieron a la

exportación o a las clases altas, cuyo “consumo improductivo”, advertía Robert

Malthus, era fundamental para evitar las crisis periódicas de subconsumo.

Además, como agrega Dobb: “Lo mismo sucedió con las principales industrias

que prosperaron en Francia en el siglo XVII bajo el régimen de Colbert: tapices,

vidriería, seda, alfombras, porcelana, dependían principalmente de la demanda

de bienes de lujo de los círculos de la Corte. Hasta que no se desarrolló la

maquinaria y la propia inversión no progresó en escala apreciable, las

industrias metalúrgicas tuvieron poco campo, fuera de los encargos del

gobierno con fines de guerra” (Dobb, 1971: 236). Este es el contexto de la

Inglaterra que vio nacer a la Economía Política, y también el de Francia, lo que

observaban sus principales exponentes: Petty, Quesnay, Smith, Malthus, Say,

y Ricardo. Según Dobb todavía habría que esperar los avances de la era

mecánica y el auge de las maquinarias para que la rentabilidad de los

capitalistas dejara de estar garantizada por los privilegios otorgados por el

Estado. A su criterio, esta cuestión es fundamental para entender la transición

del feudalismo al capitalismo. El gasto público fue un “factor coadyuvante”,

importante pero no el fundamental para el desarrollo industrial y la evolución

posterior del capitalismo. El rasgo verdaderamente central fue el proceso

endógeno descripto.

EL economista Paul Sweezy, por su parte, polemizará con esta posición de

Maurice Dobb. Sweezy señaló como crítica principal hacia Dobb que el

historiador no examinaba suficientemente los efectos del comercio sobre el

feudalismo y atribuyó la decadencia del feudalismo a elementos internos a la

economía feudal: “En otros términos, según la teoría de Dobb, la causa

esencial del derrumbamiento del feudalismo fue la sobreexplotación de la

fuerza de trabajo. Los siervos abandonaron en masa la tierra de los señores, y

quienes permanecieron en ellas eran demasiado pocos y se hallaban

excesivamente sobrecargados de trabajo como para que el sistema pudiera

seguirse sustentando sobre las mismas bases que hasta entonces.” Sweezy

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destacaba que la fuga de los siervos había sido simultánea al crecimiento de

las ciudades, por lo que señalaba: “Y los propios burgueses, al necesitar fuerza

de trabajo adicional y mas soldados para reforzar su potencia militar, hicieron

todo lo posible para facilitar la huída de los siervos de la jurisdicción de sus

señores” (Sweezy, 1974: 51). El factor de la opresión feudal no sería suficiente

para dar adecuada explicación al derrumbe del feudalismo. Por otro lado, el

crecimiento de las ciudades no era un factor interno al sistema feudal, como

proponía Dobb, sino que era proporcional a la importancia de éstas como

centros comerciales.

Sweezy señala que el comercio de larga distancia desde el siglo XI en adelante

constituyó un factor cualitativamente nuevo, que convirtió a esos centros

comerciales en generadores de producción de mercancías, provenientes de las

tierras circundantes e a ellos. Se empezó a producir para un mercado, esto es,

el sistema derivó en una economía de intercambio con una producción de

excedente, ya no más para el uso o la supervivencia. Conforme avanzaba la

división del trabajo -señalaba Sweezy- “Comprar bienes manufacturados puede

resultar mucho mas barato que hacérselos uno mismo, y esta presión por

comprar generó una presión por vender”. (Sweezy, 1974: 58) La riqueza va a

tomar la forma de dinero y así surge una “actitud negociante” en todos los

estamentos. Por otra parte, la presión de unos niveles de vida mayores en las

ciudades obligó a los señores ha efectuar cada vez mas concesiones, lo que

sumado a una ineficiente producción- cuando esta procuraba abastecer al

mercado - terminó por minar las bases del feudalismo. En suma, para Sweezy

fue la producción precapitalista de mercancías, y su circulación, es decir, el

comercio, lo que preparó el terreno para el desarrollo del capitalismo.

El debate nos sirve para mostrar que cualquiera sea la posición sobre el

proceso de transición del feudalismo al capitalismo, ambos autores coinciden

en asignar al Estado Moderno un rol central. En esta línea se ubica el

reconocido trabajo de Perry Anderson,
El Estado Absolutista, donde parece

asumir una postura coincidente con la de Dobb. Anderson toma partido por la

obra de John Merrington, quien al igual que Dobb sitúa al sistema urbano como

una contradicción interna al sistema feudal. A diferencia de las ciudades

orientales, las ciudades occidentales poseían autonomía frente a sus zonas

periféricas, siendo el feudalismo el sistema que les permitió adquirir dicha

autonomía a partir de la producción urbana y facilitó, por lo tanto, el desarrollo

del capital mercantil. El monopolio comercial de la ciudad permitió la

explotación del campo. Para Anderson, entonces, las ciudades nunca fueron

externas a la dinámica propia del feudalismo, como sugería Sweezy: “El efecto

final de esta redistribución del poder social de la nobleza fueron la maquinaria

del Estado y el orden jurídico absolutistas, cuya coordinación habría de

aumentar la eficacia del dominio aristocrático al reducir a un campesinado no

servil a formas de dependencia y explotación. Los estados monárquicos del

Renacimiento fueron, ante todo y sobre todo, instrumentos modernizados para

el mantenimiento del dominio nobiliario sobre las masas rurales. Y agrega: “Al

mismo tiempo, sin embargo, la aristocracia tenía que adaptarse a un nuevo

antagonista: la burguesía mercantil que se había desarrollado en las ciudades

medievales. Ya se ha visto que fue precisamente la intromisión de esta tercera

presencia la que impidió que la nobleza occidental ajustara cuentas con el

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campesinado al modo oriental, esto es, aniquilando su resistencia y

encadenándolo al señorío. La ciudad medieval pudo desarrollarse gracias a la

dispersión jerárquica de la soberanía en el modo de producción feudal, que

había liberado a las economías urbanas de la dominación directa de una clase

dominante rural. En este sentido, como ya hemos visto, las ciudades nunca

fueron exógenas al feudalismo de Occidente.” (Anderson, 1996: 15).

Para Anderson la actividad estatal en el feudalismo se inserta en este contexto:

“El feudalismo como modo de producción se definía originariamente por una

unidad

orgánica de economía y política, paradójicamente distribuida en una

cadena de soberanías fragmentadas a lo largo de toda la formación social. La

institución de la servidumbre como mecanismo de extracción del excedente

fundía, en el nivel molecular de la aldea, la explotación económica y la coerción

política-legal” (Anderson, 1996: 13). En la transición al capitalismo, el Estado

tuvo un lugar bastante diferente al atribuido por los teóricos del naciente

liberalismo burgués: “Los cambios en las formas de explotación feudal que

acaecieron al final de la época medieval no fueron en absoluto insignificantes,

por el contrario, son precisamente esos cambios los que modifican la forma del

Estado. El absolutismo fue esencialmente eso:
un aparato reorganizado y

potenciado de dominación feudal

, destinado a mantener a las masas

campesinas en su posición tradicional, a pesar y en contra de las mejoras que

habían conquistado por medio de la amplia conmutación de las cargas. Dicho

de otra forma, el Estado absolutista nunca fue un árbitro entre la aristocracia y

la burguesía ni, mucho menos, un instrumento de la naciente burguesía contra

la aristocracia: fue el nuevo caparazón político de una nobleza amenazada.”

(Anderson, 1996: 12).

Una observación anterior y que confirma la tesis de Anderson podemos

encontrar en Joseph Schumpeter, en su voluminosa
Historia del análisis

económico

: “Es verdad que el “feudalismo” cedió, pero, en cambio, las clases

guerreras que habían dominado el organismo feudal no cedieron en absoluto.

Por el contrario, siguieron dominando durante siglos, y la burguesía ascendente

se tuvo que someter a su poder. La vieja clase dominante consiguió incluso

absorber gran parte de la nueva riqueza para sus propios fines. El resultado fue

una estructura política que promovía, sin duda, el interés burgués, pero

también lo explotaba, y que no era burguesa por su naturaleza y su espíritu:

era feudalismo organizado sobre base capitalista, era una sociedad

aristocrática y militar alimentada de capitalismo, un caso anfibio muy sustraído

al control burgués.”(Schumpeter, 1971:185).

Como señala Anderson, cuatro factores favorecen la expansión de los Estados

Absolutistas y la denominada “Acumulación originaria” de capital: i) el sistema

colonial, de donde se extraen las materias primas, ii) un sistema impositivo

selectivo, iii) la deuda pública, la emisión de empréstitos para financiar las

guerras, y la expansión posterior del comercio iv) el Proteccionismo, acorde a

los principios de la doctrina mercantilista. Para el historiador británico el

ejército profesional, la burocracia, los impuestos, el comercio y la diplomacia

fueron las innovaciones institucionales que caracterizaron la llegada de los

Estados Absolutistas. En la misma línea podemos encontrar nuevamente a

Schumpeter, cuando se pregunta por qué fueron agresivos los estados

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nacionales: “…lo que explica no sólo el nacimiento sino también la fisonomía

política del estado moderno ha sido la persistencia del dominio aristocrático, la

accesibilidad del dominio disponible y el hundimiento del poder supranacional

de la Edad Media. Todo eso es más explicativo que cualquier factor derivable

del proceso capitalista mismo. Aquellos hechos explican, en particular, por qué

el estado moderno ha sido “nacional” desde el primer momento, y refractario a

toda consideración supra-nacional, por qué insistió –inevitablemente-en la

soberanía nacional; por qué promovió las iglesias nacionales incluso en países

católicos como lo ejemplifica el galicanismo en Francia, y sobre todo, por qué

fue tan agresivo. Los nuevos poderes soberanos eran belicistas por sus

estructuras sociales. Habían nacido de un modo azaroso. Ninguno de ellos

poseía todo lo que deseaba y necesitaba, cada uno de ellos tenía algo deseado

o necesitado por otros. Y todos se vieron pronto rodeados por nuevos mundos

que invitaban a una conquista en competición y concurrencia.”(Schumpeter,

1971:187).

Para caracterizar el período, Anderson rescata la frase de Friedich Engels en el

Anti-Dühring

: “El orden estatal siguió siendo feudal mientras la sociedad se

hacía cada vez mas burguesa”
1El resurgimiento del derecho romano y la

consecuente “romanización” de los sistemas jurídicos de Europa continental,

permitieron el auge de la propiedad desde abajo, mientras que el poder se

centralizaba desde arriba, con la integración territorial y el centralismo

administrativo. (Anderson, 1996: 22) Inglaterra mantuvo su derecho

consuetudinario, entre otros factores, a causa de su temprana centralización

del Estado.

La Filosofía Política de la modernidad y su influencia en la Economía

Política


La reflexión sobre la naturaleza del Estado desarrollada desde la antigüedad

por la filosofía política va a tener una especial influencia en el nacimiento de la

Economía Política. Ésta ya no era la ciencia que estudiaba las “leyes de la

economía domestica” como sostenía Aristóteles sino que se ocupaba de “las

leyes de la economía del Estado”. Desde el punto de vista histórico o genético,

señala Dumont en
Homo aequalis, así como “lo religioso” dio origen a “lo

político”, lo político a su vez va a dar origen a “lo económico” (Dumont, 1992).

Es un lugar común aceptar el año 1776 como el nacimiento de la Economía

Política clásica, a partir de la publicación de
Una indagación sobre la naturaleza

y las causas de la riqueza de las naciones

, de Adam Smith. También se hace

referencia a esta obra como el origen de la categoría de “lo económico”. Pero

ante todo, era necesaria que este campo fuera visto como un sistema

particular, con leyes propias, con una manera específica de ser abordado. Para

ello es necesario indagar su relación con el pensamiento filosófico, económico

y político previo.

1

Engels, F. :“Anti-Dühring”, citado por Anderson, P. op. cit.

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Esta tarea, como veremos mas adelante, fue realizada por los
fisiócratas, sobre

todo partir de la obra de Francois Quesnay, quien dotó al campo de una

coherencia interna que no tenía. Pero antes que ellos los funcionarios

mercantilistas analizaban la riqueza junto con la cuestión del poder, más

precisamente, del poder del Estado. La concepción del comercio como

actividad que beneficia a un estado en detrimento de otro estado, en una visión

coherente con la idea de riqueza concebida como acumulación de metales,

esto es, una magnitud constante de riqueza presente en la naturaleza, de la

que los estados deben procurar apropiarse excluyendo a los demás. Para ello,

la potencia del Estado absolutista era una cuestión central y la economía un

medio para la prosperidad del Estado.

Las principales influencias en la obra de Smith podemos asociarlas a Hobbes y

Locke, por un lado y a Quesnay y Mandeville por el otro. La llegada de la

Modernidad implicaba comenzar a entender la realidad en términos filosóficos,

no teológicos o religiosos. La naturaleza podía ser conocida, observada y

sistematizada para destacar sus características sin recurrir a la interpretación

divina. Esta nueva actitud de los individuos frente a la naturaleza dio lugar al

surgimiento de una filosofía natural que fue el preludio de los cambios técnicos,

políticos y sociales característicos de la modernidad. Esta actitud “técnica” es

clara en los filósofos de la tradición empirista inglesa, quienes procuran crear

condiciones artificiales para que se produzcan fenómenos naturales y así

obtener datos a partir de dichos “experimentos”. Así fue como los hombres,

antes jerárquicamente condicionados por la voluntad divina, pasaron a ser

sujetos individuales, anteriores a la sociedad. A partir de ese momento, la

sociedad protagonizará los procesos políticos y quien detenta el poder ya no

podrá hacerlo solamente para usufructarlo a su favor sino también para

“proteger a sus súbditos”.En este contexto se entiende el aporte de Hobbes y

Locke a la filosofía política, en el pasaje de la teorización del derecho divino al

derecho natural. En el nuevo marco de las leyes naturales la legitimidad del

poder se asociará a la idea del
contrato, dependiendo la soberanía para

algunos de la monarquía y para otros del pueblo. Este proceso se dio casi en

forma paralela al descubrimiento de los mecanismos de mercado.

No es nuestro objetivo hacer un análisis exhaustivo de a obra clásica de

Thomas Hobbes (1588-1679),
Leviatán, publicado por primera vez en Londres

en 1651. Su estudio ha sido objeto de numerosos análisis en el campo

filosófico y excede ampliamente el marco de nuestro trabajo. Aquí sólo nos

limitaremos a mostrar los rasgos que tienen relación con el surgimiento de la

Economía Política. La desconfianza entre los hombres, el miedo a la muerte, el

afán por conservar las cosas necesarias para la vida en un estado de “guerra

de todos contra todos” llevan a éstos a buscar la paz y mantenerla, siendo esta

la principal ley de derecho natural (Hobbes, 1994:109). Movidos por el miedo,

en su primer y único acto político los hombres celebraban un “pacto” en el que

renuncian a todas sus libertades salvo la defensa de su propia vida, o mejor

dicho, conquista la libertad a partir de someterse a la ley. El hombre adquiría de

esa manera una condición pasiva como súbdito del Soberano en virtud de esta

ley dada desde afuera, “heterónoma”. Pero el Soberano no pactaba ni cedía

nada, necesitaba ser libre, debía ser un cuerpo en movimiento sin obstáculos

en pos de proteger la vida de sus súbditos. Se trataba de un contrato que no

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podía ser revisado, era irrevocable y no otorgaba derecho a la rebelión, porque

ello hubiera significado un retorno al estado de naturaleza, de guerra de todos

contra todos. (Hobbes, 1994:271). Allí no existía la justicia, que sólo podía

existir si se instauraba un poder civil que obligara a cumplir con los pactos. Y

recién allí comenzaría a existir la propiedad, entendida a la manera de los

escolásticos como el “dar a cada uno lo suyo”.Donde no existe lo propio o lo

“suyo” no hay propiedad. Sin embargo, la propiedad pertenece al soberano,

pues ella es el “efecto” de la aparición del Estado (Hobbes, 1994:203). Hobbes

negaba que los súbditos tuvieran derecho a la propiedad absoluta e inalienable,

porque la falta de poder absoluto podía causar la debilidad del Estado y

entorpecer las funciones del soberano.

A diferencia de Hobbes, John Locke (1632-1704) no tiene una mirada

antropológica negativa. En su
Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil

señalaba que los hombres conocían la ley moral, distinguían lo bueno y lo

malo, lo propio y lo ajeno y que hacían uso de la razón. Esta última enseñaba a

los hombres que no debían dañar a otros en su vida, su libertad o su

propiedad. Las leyes naturales procuraban mantener la igualdad de los

hombres. Locke critica a la Monarquía Absoluta basándose en que los

monarcas son simples hombres, no siendo razonable que los hombres sean

jueces de su propia causa. Estos, por propio consentimiento, decidían formar

una sociedad política (Locke, 1994:43). Al igual que Hobbes, Locke parte del

individuo pero, a diferencia de éste, lo coloca por encima del Estado, que debe

garantizar los “derechos individuales”.La libertad consiste en vivir de acuerdo a

una norma pública, establecida por el poder legislativo de la sociedad, de ahí

su justificación de la Monarquía Parlamentaria. La sociedad política

establecerá, por un lado, una ley y un juez público e imparcial que juzgará

según las leyes naturales conocidas por todos, esto es , el poder legislativo; por

otro lado, el poder ejecutivo será el encargado de castigar las violaciones a

dichas leyes. La soberanía está en el Parlamento y a él se encuentra

subordinado el poder ejecutivo. La idea de que los súbditos pueden apelar a le

ley y a los jueces contradice los argumentos de la monarquía absoluta por

derecho divino.

Locke aporta la idea de que los hombres, siendo iguales ante los ojos de Dios

sólo tienen diferencias entre sí en función de la propiedad de uno sobre otro,

adoptando de esa forma una visión centrada en primer lugar en el individuo, y

en segundo lugar, en lo económico. La propiedad tiene un sentido que excede

lo material, otorga autoridad moral y otorga derechos políticos (Locke, 1994:55-

75). La idea de propiedad en la teoría política fue justificada de diferentes

maneras, pero desde Locke podemos asociarla con el trabajo, y mas

precisamente, con el trabajo individual. La propiedad se adquiere con el

trabajo, el hombre agrega algo a la cosa, lo que hace que los otros no tengan

más derechos sobre ella. El trabajo va a ser la medida del valor, puesto que la

posesión de tierras es una medida desigual. Con la intervención del dinero

aparece la ambición de tener más de lo necesario, se pueden poseer más

tierras de las que se pueden trabajar. Como señala Dumont, “…fundar la

propiedad de bienes en el trabajo es precisamente derivar un título a cosas

exteriores de lo que de modo mas evidente y real pertenece al individuo, su

cuerpo y su esfuerzo, en otros términos, es sacar provecho del sentido mas

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amplio de “propiedad” para establecer su sentido restringido (propiedad de

bienes), lo que equivale de nuevo a derivar una relación jurídica entre un

hombre y unas cosas, no de necesidades del orden social, sino de una

propiedad intrínseca del hombre como individuo” (Dumont, 1992: 77). La

libertad es la autonomía del propietario: a diferencia de Hobbes, si el Estado no

protege la propiedad el Pacto es revocable. La concepción de la justicia como

algo que proviene del individuo más que de la totalidad social es una

innovación de la tradición empirista inglesa, desde Hume hasta el mencionado

Hobbes. El rasgo mas saliente de la influencia lockeana en Smith es la intuición

de que lo económico no se yuxtapone simplemente a lo político sino que le es

jerárquicamente superior.

La huella de Bernard de Mandeville (1670-1733) en Smith puede rastrease en

la célebre metáfora de la
mano invisible del mercado. En su obra de 1714 La

fábula de las abejas. Vicios privados, beneficios públicos

Mandeville naturaliza

la idea de que el egoísmo trabaja para el bien común, esto es, que

persiguiendo el interés individual los hombres obtienen el interés general.

Dumont señala agudamente que: “Mandeville reducía al egoísmo todos los

motivos de la acción humana e identificaba el egoísmo con el vicio, Hutcheson

tenía mucho interés por refutarlo y debe haber hablado repetidamente de él en

sus cursos. Cuando Adam Smith, en la
Teoría de los sentimientos morales,

rechaza a su vez el “sistema licencioso” de Mandeville, añade algo revelador:

“pero por destructivo que este sistema pueda aparecer, nunca hubiera podido

imponérsele a tanta gente…si en algunos aspectos no se hubiera acercado a la

verdad” (Smith, 1963, p. 555)” (Dumont, 1992: 89).Dumont dice que a pesar de

la influencia de Hutcheson, Smith le dio la razón a Mandeville “en lo

concerniente al lugar del egoísmo e los fenómenos económicos”, e invita a

recordar un famoso pasaje de
La riqueza de las naciones: “No es la

benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero, la que nos procura el

alimento, sino la consideración de su propio interés. No invocamos sus

sentimientos humanitarios sino su egoísmo; ni les hablamos de sus

necesidades sino de sus ventajas” (Smith, 1997:17)
2.

Pero el punto de vista
económico debía emanciparse completamente del punto

de vista
político. En este camino se inserta el aporte de Francois Quesnay

(1694-1774), principal exponente de la escuela fisiócrata, cuyo aporte

específico a la economía política en general, y a la obra de Smith en particular

se analizan en el siguiente apartado.

Los orígenes de la Economía Política


La constitución de la economía política como ciencia es materia de debate

entre economistas, historiadores de la economía y estudiosos de las diferentes

ciencias sociales. La primera discusión se plantea en torno al momento de

2

Curiosamente, en el siglo XX también Keynes- alguien muy alejado de la defensa de los mercados

libres- recuperó a Mandeville (y a Malthus) para justificar su preferencia por los gastos del Estado y la

frugalidad antes que las virtudes austeras del ahorro (Keynes, 1992: 317-320).Sin embargo, su visión de

la economía, que cuestionaba los principios de los economistas neoclásicos y justificaba la intervención

del Estado, poco tenía que ver con la de los fundadores de la Economía Política.


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nacimiento de la disciplina, sobre todo, si puede hablarse de la Economía

Política como una disciplina que surge antes o después del origen del

capitalismo, entendiendo éste como un modo de producción diferente a los

sistemas de producción anteriores, básicamente esclavistas o feudales. Esta

claro que ideas propiamente económicas pueden encontrarse en sociedades

precapitalistas, desde la antigua Grecia con Aristóteles hasta los escritos

medievales de Santo Tomás de Aquino, o también como parte del pensamiento

de la modernidad. Sin embargo, recién entre los siglos XVI, XVII y XVIII, en el

período correspondiente a la transición del feudalismo al capitalismo, estas

ideas dejarán de ser pensamientos aislados y comenzarán a formar parte de

una disciplina singular y se delimitará de una problemática específicamente

económica.

Antes del capitalismo no existía una disciplina específica que se ocupara de la

problemática económica si bien se desarrollaban ideas que, vistas desde hoy,

podrían ser consideradas como propias de la economía. La preocupación por el

excedente económico suele ser mencionado como un punto de partida posible

para la disciplina, pero las economías precapitalistas ya generaban

excedentes, estaban divididas en clases sociales y existían reflexiones al

respecto aún antes de la consolidación del capitalismo. El surgimiento de la

Economía Política como disciplina reconoce la separación entre lo económico y

lo político, donde el mercantilismo y las escuelas sucesivas desarrollan la

especificidad de “lo económico” y la filosofía política en la tradición que se inicia

desde Maquiavelo en adelante se ocuparán de la especificidad de “lo político”.

La Economía Política surge al calor de la revolución científica moderna y
bajo

su influencia

, con el auge de las ciencias naturales a partir de la revolución la

física copernicana en astronomía y de Galileo y Newton en física. De esta

tentación naturalista no escapaba Adam Smith, que pretendía llevar al campo

de la economía una teoría similar a la que Newton desarrollo para la física (por

ejemplo, la idea de que los precios de mercado “gravitan” alrededor de los

precios naturales).Los fisiócratas analizaban la economía como circulación de

flujos, en clara analogía con el modelo organicista de ciencia. Los economistas

neoclásicos llevaron estas pretensiones al extremo: León Wallras lo hizo

desarrollando nociones como las de “equilibrio” de los mercados así como la

idea de las “fuerzas” del mercado.

La orientación epistemológica inicial provenía del campo de las ciencias

naturales. La economía debía tener la forma de la física, esto es, estar

encabezada por principios universales, no condicionados históricamente, y

hacer uso del método inductivo propio del empirismo de las ciencias naturales

propias del mundo anglosajón (el racionalismo cartesiano fue adoptado mas

bien en la Europa continental). Las teorías científicas se concebían como leyes

universales, válidas para todo tiempo y lugar, de las cuales podía establecerse

su veracidad. La economía política se constituye como una ciencia que estudia

las leyes que regulan la producción, la distribución, el intercambio y el consumo

de los bienes necesarios para el mantenimiento material de la sociedad.

En el centro de las preocupaciones de la Economía Política se encontraba el

origen de la riqueza. En Aristóteles la riqueza era aceptada pero con

moderación, y si superaba cierto nivel era capaz de erosionar la unidad de la

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polis. Santo Tomás condenaba la usura, el préstamo a interés. No obstante

ello, estos valores religiosos se contraponían con los necesarios para permitir

la acumulación de capital y esta condena será revisada mas adelante, cuando

el crédito sea un instrumento indispensable para expandir la revolución

industrial y desde allí en adelante para mantener el desarrollo capitalista.

En el mercantilismo en cambio la riqueza estaba asociada a la posibilidad de

acumulación de metales, esto es, al afán de enriquecimiento ilimitado de los

Estados. Aquí aparece un primer punto de contacto entre los orígenes de la

disciplina y el despliegue de la actividad estatal. La riqueza se correspondía

con la potencia del Estado Absolutista, siendo la economía la base material de

dicha potencia, la que permite financiar los ejércitos, multiplicar la flota para el

dominio de los mares. Los mercantilistas acompañaron la expansión colonial y

comercial de Europa. Los intereses de los comerciantes de las Compañías de

Indias se veían representados en las recomendaciones de política económica

de los funcionarios mercantilistas como Thomas Mun en Inglaterra y Jean-

Baptiste Colbert en Francia.

La riqueza en su forma monetaria, entendida como la posibilidad de

acumulación de oro y plata, (de la cual da cuenta Marx en su análisis sobre la

“Acumulación originaria”) da cuenta de una concepción estrecha que va a ser

criticada por los fundadores de la Economía Política clásica, sobre todo por

Adam Smith. Para los mercantilistas la riqueza del mundo estaba dada y los

estados buscaban apropiarse de ella a expensas de los demás estados. Para

ellos, se trataba más bien de la
apropiación de la riqueza existente que de la

producción

de la misma. No respondían a la pregunta de dónde y cómo surge

la riqueza. La riqueza era el resultado de la conquista, de la colonización y del

pillaje en el mundo no europeo, donde los Estados compiten con otros Estados

por apropiarse de los recursos o por ser agentes de un comercio en

condiciones de monopolio. En esta lucha de los estados entre sí, el paralelismo

con la filosofía política de Hobbes es claro.

El pasaje de la concepción de la riqueza de algo que se “apropia” a algo que se

“produce” surge poco antes de los economistas clásicos con los fisiócratas. Los

fisiócratas surgidos en la Francia del siglo XVIII son los primeros que

constituyen una escuela que respeta determinados principios - como la fe en el

orden natural - y que ven a la economía como un
sistema, y lo más importante,

sujeto a leyes naturales y eternas. Este es el principal aporte de uno de sus

mejores exponentes, el mencionado Francois Quesnay. Este pensador

desarrollaría una serie de conceptos que luego serían de fundamental

importancia para la disciplina de la Economía Política. El primero de ellos es el

concepto de Producto Neto, esto es, el resultado de restar a lo producido en

términos de trigo lo consumido en el proceso de producción, lo que constituye

una primera aproximación a la idea de excedente. Aunque sólo sea el sector

agrícola el que produce, la riqueza ya no se apropia. El restar a lo producido los

insumos necesarios para la producción es un avance decisivo, aunque la

riqueza se sigue concibiendo en términos físicos, en términos de granos. El

problema radicaba en que su predilección por la agricultura los llevaba a

confundir la naturaleza física con la naturaleza humana, y los llevaba a

sostener que sólo la tierra era productiva. A diferencia de ellos, Adam Smith no

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glorificó la naturaleza. Para él, la Economía Política debía ocuparse del

hombre.

Asimismo, los fisiócratas fueron los primeros en dividir a la sociedad en clases

siguiendo un criterio estrictamente económico. Analizaban cómo se producía y

cómo circulaba el Producto Neto entre las tres clases sociales que se

esquematizan en el
Tableau economique: la clase productiva (aquellas

vinculadas a la agricultura), la clase propietaria (Estado, la iglesia,

terratenientes) y la denominada “clase estéril” (las ligadas a actividades

manufactureras).De aquí concluyeron que sólo la clase productiva generaba

valor, mientras las restantes clases sólo transformaban valores existentes,

creados por la primera.

De vuelta aquí se vuelve inseparable el estudio de esta escuela del análisis de

la actividad estatal. En un contexto particularmente difícil para las arcas del

estado Francés. Estas se encontraban casi exhaustas entre otras razones por

los costos de mantenimiento del ejército y la burocracia, sobre todo con la

colonización y la incursión en las guerras de independencia de Estados Unidos.

Si tenemos en cuenta que la nobleza, gracias a sus privilegios, se encontraba

exenta del pago de impuestos, los fisiócratas reconocieron la necesidad

imperiosa de cubrir el déficit del Estado, razón por la cual propusieron el

impuesto único a la tierra - iniciativa que no prosperó- razón por la cual la

presión sobre los campesinos siguió en ascenso hasta la Revolución Francesa.

Pocos años después de las obras de Quesnay, pensadas como señalamos en

el contexto francés, se produce en Inglaterra la publicación del libro de Adam

Smith,
Una investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las

naciones

. Adam Smith (1723-1790) va a dar forma literaria a un proyecto de

sociedad, a una forma de socialización que no tenía aún nada de natural y que

no era la consecuencia obligada del desarrollo del capitalismo. Una sociedad

de mercados libres no era la consecuencia evidente de la consagración del

trabajo humano como fuente del valor, como el fundamento último de la

riqueza. Para la antropología económica, las sociedades tradicionales o

precapitalistas desconocían la distinción entre “lo político” y “lo

económico”.Para que tal distinción fuera posible, esto, es, pudiera haber

nacido, era necesario primero que la economía pudiera ser vista como un

sistema separado de lo social, con leyes propias. En buena medida, esta tarea

fue llevada adelante por los Mercantilistas y, fundamentalmente, por los

fisiócratas, que establecieron las leyes de la circulación y la reproducción del

Producto Neto entre las diferentes clases sociales.

Para Polanyi, Smith fue un “predicador”, un “profeta” que esbozó un proyecto

social que en ese momento no tenía nada de real. El laissez faire de los

fisiócratas, lejos de la libertad del mercado irrestricta, se limitaba a la libre

exportación de granos, no a la idea de un mercado autorregulado. Para que

esta idea madurara y se convirtiera en el “credo liberal”, hubo que esperar

algún tiempo, señala Polanyi, hasta la década de 1830, donde la clase

manufacturera alcanza cierto consenso para la abolición de las leyes de

granos, que se consigue finalmente en 1846. La creación de un mercado de

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tierra, de dinero y de mano de obra no podía ser un resultado espontáneo sino

algo instrumentado desde el Estado, como institución omnipresente.

Smith fue el fundador de la Economía Política como una disciplina nueva, como

la ciencia que debía enunciar las leyes naturales de este orden económico

autorregulador.

Fiel a la filosofía de su maestro Hutcheson, su fe en el orden natural que

garantiza el orden social se contraponía con las imperfecciones de las

instituciones humanas, razón por la cual abogaba por un mecanismo interno al

individuo, de la esfera de las acciones de los hombres, como garantía de ese

orden. Ya había señalado en su obra de 1759, la
Teoría de los sentimientos

morales

al egoísmo como una de las principales motivaciones de la conducta

humana, junto con la idea de que cada individuo es el mejor juez de sus

propios intereses. Si se le garantiza la libertad de perseguir sus propios

intereses al mismo tiempo se conseguirá el bien común, como si éste fuera

traído por el accionar de una “mano invisible”.Era la razón por la cual se

condenaba la intervención del Estado en cualquier cuestión del orden de los

individuos, sobre todo en el plano económico. En este último plano, si bien el

hombre necesitaba de los demás como miembro de la sociedad debía invocar

o apelar al egoísmo de los individuos más que a su benevolencia.

A partir de Malthus (1766-1834), se había naturalizado la operatividad de la ley

de crecimiento de la población y la ley los rendimientos decrecientes. Sus

teorías de la renta y de la población son tópicos centrales de la Economía

Política clásica. Su teoría de la población publicada anónimamente en el

Ensayo sobre el principio de la población

de 1798 se oponía al optimismo

reinante en los años posteriores a la obra de Smith. Malthus temía que la

población creciese más rápidamente que los medios de subsistencia. Los

medios de subsistencia limitan el crecimiento de la población; mientras estos

crecían a tasa aritmética la tasa de natalidad lo hacía en forma geométrica

(Roll, 1994: 181). Las guerras, las pestes y la miseria actuarían como frenos

positivos al crecimiento de la población al tiempo que el vicio, la

anticoncepción, e infanticidio funcionaba como un freno preventivo al disminuir

las tasas de natalidad, lo que denotaba su conservadurismo en el plano

político. A su vez, el crecimiento de la población llevaba los salarios al mínimo,

razón por la cual se producirían más mercancías que las que se podían

comprar, constituyendo una de las primeras teorizaciones sobre la posibilidad

de crisis económica por la vía de una insuficiencia de la demanda efectiva,

siendo un antecedente lejano de las teorías subconsumistas y keynesianas, tal

como lo reconoció el propio Keynes, que se lamentaba de que la Economía

Política clásica hubiera seguido mas a Ricardo que a Malthus.

El consumo y la demanda de los trabajadores no podía nunca, por sí solo, ser

aliciente para la acumulación y el empleo de capital. Por otra parte, los

capitalistas y aristócratas ahorraban la mayor parte de sus ingresos, lo que

hacía pronosticar a Malthus situaciones recurrentes de sobreproducción. El

consumo improductivo de las clases aristocráticas se justificaba, entonces,

como una necesidad para evitar las crisis. Si no disminuía la población debería

disminuir la producción, porque ésta no encontraría suficientes “salidas” en el

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mercado. Sin embargo, a pesar de este diagnóstico la mano de obra barata y

abundante constituía una necesidad vital para el capitalismo en expansión. En

el caso inglés, la inmigración irlandesa constituyo una “importante reserva de

trabajadores que alimentó, a la vez, la demanda de mano de obra no calificada

para la construcción en Londres, a mediados del siglo XVIII, las ciudades

fabriles en expansión de la revolución industrial, así como las cuadrillas de

trabajadores para la construcción de ferrocarriles, en los decenios de 1840 y

1850” (Dobb, 1971: 324). Sin embargo, agrega Dobb, “para las necesidades

de la industria no basta con un mero incremento numérico. La mercancía

fuerza de trabajo no debía existir meramente: debía encontrarse disponible en

cantidades adecuadas en los lugares que se la necesitaba más; en este punto,

la movilidad de la población laboriosa constituía una condición esencial.”

(Dobb, 1971: 325). Las leyes de pobres constituían en ese momento el único

obstáculo serio para lograr una mano de obra perfectamente elástica. Para

Malthus, el Estado no debía reconocer a los pobres el derecho a recibir ayuda,

rechazaba la ley de Speenhamland e impulsaba su abolición. Finalmente, en

1815 propuso una teoría de la renta diferencial similar a la de Ricardo, cuyo

pensamiento analizaremos a continuación por ser uno de los más importantes

exponentes de la Economía Política clásica.

En buena medida, David Ricardo (1772-1823), aprendió economía de manera

autodidáctica, leyendo a Adam Smith entre otros autores. Su obra se desarrolla

en las primeras dos décadas del siglo XIX y tiene como escenario el contexto

inglés posterior a la revolución industrial. Al comienzo de su actividad

intelectual, Ricardo había tomado contacto con James Mill, quien había

procurado persuadir a la opinión pública de Gran Bretaña de inicios del siglo

XIX de las ventajas de la derogación de las leyes de granos. En Europa, sobre

todo desde el siglo XV, la prevención del hambre estuvo ligada a la posibilidad

de almacenar alimentos. Sin embargo, a partir del siglo XVIII el acaparamiento

de los granos se había convertido en un instrumento de los terratenientes para

mantener elevado el precio del grano, funcionando la prohibición de importar

granos como una garantía de la renta agrícola. En el “Ensayo sobre la

influencia del bajo precio del trigo sobre las utilidades del capital” de 1815

Ricardo presentó su idea de permitir la importación de granos, la que será

desarrollada con mayor profundidad en su principal obra, los Principios de

Economía Política y Tributación de 1817.

En cuanto a la Teoría de valor, Ricardo da una importante definición para la

economía política clásica: el valor es la cantidad de trabajo
directa o

indirectamente

incorporada las mercancías. A diferencia de Smith, no limita la

teoría del valor trabajo a las economías pre-capitalistas sino que explica la

creación de valor en el propio capitalismo y tampoco se refiere al trabajo que

esas mercancías pueden comprar en el mercado, como parece hacer Smith,

adoptando el punto de vista del capitalista que compra la fuerza de trabajo. El

valor lo determina tanto el trabajo presente, como el trabajo pasado,

“incorporado” en los medios de producción (instrumentos de trabajo, insumos,

instalaciones, edificios, etc).Los instrumentos de trabajo que constituyen el

equipo de producción representan trabajo acumulado (aunque pertenezca al

capitalista) (Dobb, 1992: 79-87).

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De esta manera, el valor se compone de dos partes, los salarios de los

trabajadores, y las utilidades del capitalista. A diferencia de Smith, la renta no

forma parte de valor. Tampoco se debía confundir al valor con el precio de

mercado. Como la diferencia de valor quedará evidenciada por el trabajo

directo, de ello surge que si en la producción se cambiaban las proporciones de

uso del capital y del trabajo se alteraría el valor de las mercancías. El valor

cambia en función de las diferentes estructuras o composición del capital,

según las proporciones de capital y trabajo, y los precios de mercado fluctuaran

alrededor de los valores. Para los economistas clásicos, la teoría del valor es el

soporte de la teoría de los precios. El precio que expresa el valor exacto es el

"precio natural" de un bien, donde existe una tasa natural de salarios y de

beneficios, quedando excluida la renta. El trabajo, para Ricardo, era una

mercancía cuyo "precio natural" era el valor incorporado en los bienes que los

trabajadores necesitan para subsistir, esto es, una canasta de productos que

varía social e históricamente (Dobb, 1992: 88-98). Sin embargo, el precio de

mercado del trabajo, el salario, variaba según la oferta y la demanda de trabajo.

El beneficio no era un precio porque no se correspondía con ningún valor sino

que era un residuo respecto del salario, lo que quedaba al capitalista luego de

abonar los salarios. Las utilidades variaban inversamente con los salarios pero

estos últimos estaban determinados exógenamente por el valor de una canasta

de bienes salariales

Pero a Ricardo también le preocupaba fundamentalmente la renta de la tierra y

sobre ello discutirá con Malthus. La renta se obtenía como un incremento no

ganado, como un excedente, pero no generaba valor. Ricardo se oponía a los

intereses de los terratenientes al negar que exista una renta absoluta y al

incorporar el concepto de
renta diferencial. La productividad del trabajo es

decreciente a medida que se extiende el margen de producción hacia tierras

menos fértiles, lo que se conoce como la
ley de los rendimientos medios y

marginales finalmente decrecientes

. La producción en las tierras menos fértiles

alcanza para cubrir el costo, esto es, pagar los salarios y la tasa natural de

beneficio. En las mejores tierras el propietario va a obtener un excedente igual

a la diferencia entre los precios obtenidos en ella con respecto a los obtenidos

en las tierras menos fértiles. (Dobb, 1992: 99-110).

A medida que la economía se desarrollaba, Ricardo contraponía a este estado

progresivo un "estado estacionario", un momento de estancamiento en el

crecimiento económico. ¿Cómo era posible que se produjera la crisis? ¿Por

qué las utilidades se reducirían de manera permanente? Ante el aumento de la

población era necesario extender la superficie cultivable para abastecer sus

necesidades, sobre todo satisfacer la creciente demanda de alimentos. Ello

implicaba poner a trabajar tierras cada vez menos fértiles, agregar trabajo

adicional, correr el límite de la porción de tierra menos fértil, donde se obtenía

el “precio natural” de los alimentos, formado por salarios y beneficios y se

excluía la renta. Para describir brevemente este proceso podríamos decir que

si abundaran las tierras fértiles, la acumulación sería muy rápida, más veloz

incluso que el crecimiento de la población. Pero si las tierras fueran escasas, si

por alguna razón no fuera posible continuar corriendo dicho límite porque no se

dispusiera de mas tierra (el caso de la isla de Gran Bretaña, para Ricardo), y al

mantenerse constante la demanda de alimentos, por el aumento del valor de

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los alimentos la renta de las tierras mas fértiles comenzarán a crecer y los

salarios a subir, aplastando los beneficios. En suma, los salarios subían no por

un aumento en la demanda de trabajo sino por un aumento del valor de los

alimentos, lo que reducía los beneficios en la agricultura. Como la competencia

tendería a igualar las tasas de beneficio de la economía, esto es, tanto de la

industria como de la agricultura, la caída del beneficio de la agricultura llevaría

al estado estacionario, donde se detendría el crecimiento de la producción, el

empleo y la población no podría subsistir. La economía era la "ciencia lúgubre"

porque a la expansión sucedía el estancamiento. Puesto que el progreso

económico conducía a una caída de las utilidades y al desaliento en la

acumulación sólo se podría evitar la caída de las ganancias eludiendo la ley de

los rendimientos decrecientes. Por la vía de "anexar trozos de tierra fértil" era

imposible porque la tierra no era móvil, pero sí lo eran los productos de la

tierra, por lo tanto era posible a partir del comercio
postergar la llegada del

estado estacionario. El comercio debía reemplazar la falta de movilidad de los

factores de la producción. A corto plazo el comercio y a largo plazo las mejoras

tecnológicas en la agricultura podían postergar la llegada del estado

estacionario, pero esta es, de todas formas, inevitable. El comercio servía para

compensar el efecto de la ley de los rendimientos decrecientes del trabajo.

En suma, el interés del terrateniente se contraponía con el de los capitalistas y

trabajadores. Si suben los precios de los alimentos se perjudicaban todos los

sectores menos los terratenientes, que percibían rentas cada vez mayores. El

terrateniente no sólo obtenía un producto mayor, sino una proporción más

grande del producto total. La solución para esta encrucijada era permitir la libre

importación de granos, algo por lo que abogaba Ricardo desde su ensayo de

1815 y que tuvo que esperar hasta 1846 para traducirse en la abolición de las

leyes de granos.

Desde la década de 1830 la obra de Ricardo generó una fuerte reacción en

Inglaterra de parte de los economistas del Political Economy Club, (Torrens,

Bailey, Senior y Longfield, entre otros), mientras que la defensa de las tesis

ricardianas corrió por cuenta de los "socialistas ricardianos", cuyo público eran

los nacientes sindicatos más que los académicos establecidos. Karl Marx se

pondrá al tanto de esta debate a instancias de Friedich Engels, de su “Esbozo

para una crítica de la Economía Política” de 1843 y sobre la crítica y en

oposición a las socialistas ricardianos comenzará su estudio de la economía

política desde 1844, en los denominados "Manuscritos económico-filosóficos",

tarea que el autor de
El Capital no dejará de lado hasta el final de su vida.

La artificial separación entre “lo político” y “lo económico”


A lo largo de nuestro análisis sostuvimos que la separación de lo político y de lo

económico como dos esferas diferenciadas no era el resultado natural del

surgimiento de la sociedad capitalista. En este sentido, subrayamos las tesis

esbozadas por Karl Polanyi en
La gran Transformación: “Bajo el feudalismo y el

sistema gremial, la tierra y la mano de obra formaban parte de la propia

organización social (el dinero no se había convertido todavía en un elemento

fundamental de la industria) La tierra, el elemento central del orden feudal, era

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la base del sistema militar, judicial, administrativo y político; su posición y su

función estaban determinadas por reglas legales y consuetudinarias” Y luego

agrega: “Lo mismo se aplicaba a la organización de la mano de obra. Bajo el

sistema gremial, como en todos los sistemas económicos de la historia anterior,

las motivaciones y las circunstancias de las actividades productivas estaban

incorporadas en la organización general de la sociedad.” (Polanyi, 1992: 78).

Según el antropólogo húngaro, incluso en la época mercantilista se buscaba

resguardar a la sociedad de los efectos desestabilizadores del mercado: “El

mercantilismo, con todas tendencia hacia la comercialización, jamás atacó las

salvaguardias que protegían a estos dos elementos básicos de la producción-la

mano de obra y la tierra- para que no se volvieran objeto de comercio. En

Inglaterra, la “nacionalización” de la legislación laboral a través de los

Estatutos de artífices (1563) y de la Ley de pobres (1601), sacaba a los

trabajadores de la zona de peligro, y la política anticercamientos de los Tudor y

los primeros Estuardos era una protesta consistente contra el principio del uso

lucrativo de la actividad inmobiliaria.” (Polanyi, 1992: 79).

La oposición a la posibilidad de comercialización de la mano de obra y de la

tierra, condición necesaria para la economía de mercado, era común tanto a

Francia como a Inglaterra. En la primera los gremios y los privilegios feudales

se abolieron en 1790 mientras que en Inglaterra los Estatutos de artífices en

1814 y las leyes de pobres en 1831, sin mencionar que las leyes de granos, tan

cuestionadas por Ricardo durante las décadas de 1800 y1810, recién se

abolieron en 1846. Así describe Polanyi la situación: “Al mercantilita le interesa

el desarrollo de los recursos del país, incluido el pleno empleo, a través del

comercio interior y exterior; daba por sentada la organización tradicional de la

tierra y la mano de obra. En este sentido, estaba tan alejado de los conceptos

modernos como del campo de la política, donde su creencia en los poderes

absolutos de un déspota ilustrado no disminuía por ningún sentimiento

democrático.” (Polanyi, 1992: 79). Y luego: “El punto crucial es este: la mano de

obra, la tierra y el dinero son elementos esenciales de la industria: también

deben organizarse en mercados; en efecto, estos mercados forman una parte

absolutamente vital del sistema económico. Pero es obvio que la mano de

obra, la tierra y el dinero
no son mercancías; en el caso de de estos elementos,

es enfáticamente falso que todo lo que se compra y se vende debe haber sido

producido para su venta.” (Polanyi, 1992: 81). Es falso suponer que la mano de

obra, la tierra y el dinero sean mercancías, pero a partir de o con la ayuda de

esta ficción se organizaran como los respectivos mercados, y lo mas

importante, como el principio organizador de la sociedad., una “sociedad

humana que se había convertido en accesorio del sistema económico”

(Polanyi, 1992: 84). Fiel a su sustancialismo antropológico, para Polanyi el

mercado es “un molino satánico” que no puede sino afectar la sustancia

humana y natural.

Se suele adoptar como supuesto implícito de la aparición del proletariado el

crecimiento de la población, como un hecho independiente y autónomo a la

acumulación de capital. Esto puede decirse del siglo XIX, pero no de los tres

siglos anteriores, cuando la industria capitalista todavía estaba surgiendo. En

Inglaterra, las causas de la aparición del proletariado son bien conocidas: los

cercamientos de tierras para la cría de ovejas y la disolución de los

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monasterios expulsaron a los campesinos a las ciudades y tuvieron un efecto

considerable sobre la demanda de trabajadores, pero recién a mediados del

siglo XVII la expansión se acelera de manera intensa (Dobb, 1971: 271). Al

respecto, Dobb realiza la siguiente advertencia: “Sería un error, sin embargo,

suponer que en los siglos XVI o XVII el proletariado constituyo una parte

importante de la población. Su número siguió siendo pequeño y su movilidad

estuvo limitada, tanto por restricciones legales que tendían a proteger a los

señoríos y las explotaciones de los campesinos independientes mas

acomodados contra la pérdida de su reserva de trabajadores, cuanto por el

hecho de que, en buena parte, prestaban el trabajo asalariado quienes seguían

unidos a la tierra, aún cuando fuera de un modo débil y precario.” Y luego

agrega: “Parece claro, luego del estímulo inicial que la baratura y abundancia

de mano de obra proporcionaron al crecimiento de la industria en el siglo XVI,

el desarrollo de la industria capitalista estuvo considerablemente obstruido

hasta fines del siglo XVIII, a pesar de los hechos sobrevenidos en el período

Tudor, tanto por la escasez comparativa de la reserva de trabajadores como

por su falta en los lugares aptos para la concentración industrial.” (Dobb, 1971:

275). Las oleadas de cercamientos estaban produciendo un proletariado rural

pero las leyes de pobres impedían la formación de un mercado regular de

mano de obra, con el consecuente incremento de la producción que

acompañaba a la miseria de las masas, lo que buscaba ser explicado por

economistas políticos como Townsend, Malthus, Ricardo, etc.

Las leyes de pobres no condicionaron la obra de Smith, dada la abundancia de

mano de obra de finales del siglo XVIII, situación que va a cambiar entre las

décadas de 1810 y 1830, donde se advierte un aumento de las tasas de

mortalidad producto de las miseria y de las nuevas condiciones en las ciudades

fabriles de ese período (Dobb, 1971: 325). La obra de Townsend, diez años

después de la de Smith, sí fue condicionada por el “descubrimiento de la

pobreza”. Según Polanyi: “El espectro de la sobrepoblación empezó a

preocupar al pueblo. William Townsend previno en
Dissertation on the Poor

Laws

: “Aparte de la especulación, es un hecho que en Inglaterra tenemos mas

habitantes de los que podemos alimentar, y muchos mas de los que podemos

emplear con provecho bajo el sistema legal actual” (Polanyi, 1992: 101). Esto

marcaría el final de una época abierta con los inventores del Estado, esto es,

Moro, Maquiavelo, Lutero y Calvino, de las que Smith sería su punto cúlmine y

el principio de otra donde Hegel y Ricardo descubrirán en el siglo XIX una

sociedad que no estaría “sujeta a las leyes del Estado sino que por el contrario,

sometía al Estado a sus propias leyes.” (Polanyi, 1992: 118).

En Inglaterra, las leyes de pobres impidieron la creación de un real mercado de

mano de obra en un lugar donde la tierra y el dinero ya era objeto de

compraventa desde hacía tiempo. Nadie trabajaría por un salario si podía vivir

sin trabajar con el subsidio estatal. Esta situación se mantuvo hasta la

derogación de estas leyes en 1834, cuando el capitalismo ya había comenzado

a consolidarse como el nuevo modo de producción dominante. Así describe

Polanyi la situación: “Apenas en 1834 se estableció en Inglaterra un mercado

competitivo de mano de obra; por lo tanto, no se puede afirmar que antes de

esa fecha existiera el capitalismo industrial como un sistema social. Sin

embargo, casi de inmediato se estableció la autoprotección de la sociedad:

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leyes fabriles y legislación social, y un movimiento político e industrial de la

clase trabajadora” (Polanyi, 1992: 92).

Consideraciones finales


A partir de este recorrido por la historia de la transición del feudalismo al

capitalismo y de los autores clásicos de la Filosofía Política y la Economía

Política buscamos dar cuenta del hecho de que, el accionar del Estado, las

bases de la economía política y el descubrimiento de la pobreza y las leyes de

la sociedad se entrelazan estrechamente.

El accionar del Estado no puede separarse de la constitución de los mercados,

sea facilitando la posibilitad de la venta de la tierra o del trabajo. Desde

mediados del siglo XVIII se venían desarrollando los mercados nacionales y los

precios, rentas y salarios comenzaban a mostrar una considerable estabilidad,

que los fisiócratas advirtieron pero que no podían alcanzar a teorizar

adecuadamente en parte porque ni las rentas ni los salarios se determinaban

en el mercado.

Lógicamente, se trata de un período de grandes cambios, donde el surgimiento

de la Modernidad se cuestiona las bases de un orden medieval de muchos

siglos, lo que se traduce en alteraciones en todos los campos de la actividad

humana: el campo social, el religioso, el científico, el político y el económico.

La adecuada comprensión de la transición al capitalismo y del nacimiento del

Estado Nación requiere intentar una reflexión sobre los desafíos que se les

plantearon a los filósofos, economistas y pensadores que intentaron explicar la

complejidad de los cambios sociales que los atravesaron. Nuestro trabajo fue

un modesto intento por marcar alguno de los aspectos que consideramos

relevantes en este recorrido.

Para concluir, nos parece muy significativa la claridad con la que Polanyi

resume este proceso en el siguiente párrafo: “Un merado autorregulado

requiere nada menos que la separación institucional de la sociedad en una

esfera económica y una esfera política.”.Esto significa que “... ni bajo las

condiciones tribales, ni feudales, ni mercantiles, había un sistema económico

separado en la sociedad. La sociedad del siglo XIX, en el que la actividad

económica se encontraba aislada y se imputaba a una motivación claramente

económica constituyó en efecto una excepción singular.” (Polanyi, 1992: 79).

Justamente, este fue el siglo de la consolidación de la economía política, de

su crítica por parte de Marx y de su reducción a “economía” pura por parte de

los neoclásicos en el siglo XIX. Sin embargo, la emergencia de la Economía

Política no puede analizarse por fuera de la transición del feudalismo al

capitalismo y de la evolución del Estado Moderno.

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